Sunday, August 28, 2005

Capitulo 1: Lo Que la Lluvia Trajo Consigo


La tarde era tan extraña, porque a pesar de que los días lluviosos, no son mis favoritos, aquella tarde, de algun modo, la brisa que sirvió de presagio a las gotas que ahora caen sonre los árboles, sobre el pasto, sobre los techos de zinc, sobre los ñiños que se movian de un lado para otro tras un balon,despreocupados de problemas, esa brisa violenta y fria, habia arrancado una sonrisa de mi rostro.

Aquella brisa habia traido consigo, buenos indicios, de los cuales no me habia percatado aún, pero algo dentro de mi los habia reconocido, quizas por eso se alegro mi rostro. los que pasaron cerca de mi seguramente me creyeron loco al verme sonreir sin ningún motivo aparente, y es que no las había. Tan sólo sonreí asi el dia que la conocí. Si, ese día sonreí de igual forma, con cara de idiota, los ojos perdidos ( aquella vez en sus ojos, ahora en los charcos) en fin la mirada tipica de un imbecil enamorado. Pero que más da el imbecil era yo, afortunadamente.

No se parecia en nada a aquel dia, pero en cierto modo me lo acordaba, no se porque, Aquella fue una tarde soleada de un Santo Domingo que vivia los ultimos dias de un invierno largo y molesto ( las aguilas habian ganado) , y se aproximaba a los primeros días de una primavera que se vislumbraba corta y esperanzadora.

En cambio esta tarde, se vistió de gris, una tarde plomiza, perfecta para la melancolía, la cara de imbécil y las tazas de chocolate o café caliente arrimado a una bella mujer. Y como suele pasar no siempre se puede tener lo que uno quiere, ya contaba con la melancolía y la cara de imbécil, pero no tenía ni taza, ni chocolate, ni dama fea o bella a quien arrimarme.

Por eso me encontraba allí, parado bajo un toldo azul, recostado de un edificio de unas tres plantas, color crema, algo deteriorado al igual que la mayoría de edificios de la zona colonial, aguardando, a que ocurriera una de tres posibilidades; que dejara de llover para poder seguir mi camino sin muchas dificultades; que el deteriorado toldo se viniera abajo por el peso del agua o quizás se fuera volando en uno de esos intentos del viento por dejarme sin protección, o la tercera y la más inminente de las tres; que los charcos de agua bajo mis pies subieran a tal grado que ya no estarían bajo mis pies sino mas bien sobre de ellos. Esta posibilidad, igual que cualquiera de las dos anteriores me estaba haciendo considerar la idea de partir, si, partir de ese lugar seguro donde me encontraba ahora pero en el cual estaría desperdiciando momentos preciados de mi vida, claro, de todas formas me iba a mojar, entonces porque no mejor me mojo caminando, avanzando dejando esa falsa seguridad en la que aguardaba, y en la cual tarde o temprano acabaría igual de mojado. Entonces no solo tendría la cara de imbécil, si no que definitivamente lo seria.

Entre recuerdos y angustias por lo que podría ocurrir no me había percatado que una joven estaba a mi lado, pelo castaño, ojos café piel blanca, las manos me dieron impresión de que era pianista, como unos minutos después de confirmaría. Vestía de jeans azules y camiseta negra, ambos empapados. ¿Por qué negra y no blanca? Pensé, inconforme con mi mala suerte, al ver como la camiseta se le adhería al busto. No debía pasar de los veinte años, no me atrevía a darle muchos porque en estos días la comida viene muy cargada de hormonas y las niñas incrementan sus volúmenes a corta edad, lastima que solo sea el volumen corporal y no de madurez.
Le di un vistazo de arriba abajo y luego regresé a mi labor anterior de recordar soleadas tardes conociendo bellas damas y a lamentarme por no tener a mi lado a la dama, ni a la taza, ni el chocolate. Entonces volví a sonreír.

-Sonreír sólo no es un hábito de personas cuerdas- me dijo la joven, todo sonriente.Extrañamente había sido ella quien inicio la conversación. Usualmente es uno quien tiene que ser el atrevido y el que toma la iniciativa de algún que otro comentario “desinteresado” inicia la conversación.

-Además no se puede ser tan egoísta y desperdiciar una sonrisa, debes compartirla con alguien- continuó la espigada joven.

-No creo que llamarme loco se la mejor forma de iniciar una conversación…- condené el espontaneo saludo de la joven.